Begonya Pozo (Valencia, 1974) trabaja,
desde 1998, como profesora de Filología Italiana en la Universitat de València.
En su ciudad, es una incansable activista en favor de la poesía, alguien que ha
dedicado mucho tiempo y muchas energías a difundir la poesía de los demás (en
su momento puso en marcha el Premio de Poesía César Simón y el Aula de Poesía
de la Universitat de València) y en estos últimos años ha coordinado diversos
talleres y festivales de poesía.
Ha publicado: El muro de la noche (Germinal, 2000), Tiempo de sal (Edicions 96, 2004), Poemes a la intempèrie (en catalán, Premio Ausiàs March 2011,
traducido luego al español en la editorial chilena La Calabaza del Diablo, en
2014), A contracor (ed. bilingüe e
ilustrada, acartonada o cartonerista, que no sé muy bien cómo decirlo, en
Ultramarina & Cartonera Digital, 2012), Llegiràs
l´últim vers (plaquette ilustrada, editada en Palma de Mallorca, 2013). Y
ahora publica Novunque. Vertebre romane, un libro inicialmente escrito en italiano y traducido luego al
español (por Carlos Vitale), catalán (por Jaume C. Pons y Lucía Pietrelli),
gallego (por María do Cebreiro y Marco Paone), euskera (por Miren Agur Meabe) y
portugués (por Ángeles Lence). Tenemos, pues, en este volumen no uno sino seis
libros. Polifonía, Babel, multilingüismo. Y además, hay que hacer notar que el
libro ha salido en una editorial que lleva ya algún tiempo demostrando su
compromiso con la poesía que merece la pena. El volumen, hay que decirlo
también, lo han cuidado con especial esmero Víktor Gómez, Javier Gil y Enrique
Cabezón, tres personas comprometidas hasta los tuétanos con la poesía. Y por si
todo esto fuera poco, el volumen nos llega acompañado con unas estupendas
imágenes de la gran ilustradora, editora y diseñadora Agnes Daroca, unas
imágenes que no son solo meras acompañantes de los textos escritos sino que se
incorporan como partes esenciales de un trabajo conjunto de colaboración entre
diferentes lenguajes artísticos.
Estamos, pues, ante un libro que fue
concebido tras una estancia de Begonya Pozo en Roma en el otoño de 2010, un
libro, como digo, inicialmente escrito en italiano y convertido luego en un
proyecto multilingüe al traducirse a las cinco lenguas citadas.
Novunque es una palabra que no aparece en el
diccionario; significa ‘da nessuna parte, in nessun luogo’ (de ninguna parte,
en ningún lugar). Volveré luego sobre esta cuestión.
El libro está formado por 33 tankas
(poema de 31 sílabas distribuidas en cinco versos de 5, 7, 5, 7 y 7 cada uno),
una composición tan asentada como el haiku en la tradición lírica japonesa; de
temática inicialmente amorosa, estos tankas fueron ampliando sus contenidos a
otros ámbitos de la realidad natural y social.
Novunque ofrece una plasticidad, una
versatilidad y una capacidad de mostrar la belleza en diferentes lenguas
verdaderamente sorprendente. La lengua estirada, tensionada hasta el punto de
rozar sus extremos y dar con el espacio donde esa lengua se abre a otras
lenguas, se transmuta y se modifica alterando su propia identidad.
Surge
la voz que aquí se escucha desde las entrañas de la misma tierra, por debajo de
las piedras, desafiando al frío y a la noche, y lo hace para recordarnos, entre
otras cosas, que aún son posibles la crítica, la belleza y la utopía, y ello lo
lleva a cabo sin aspavientos, excesos y estridencias de ningún tipo, con
serenidad, buen gusto e inteligencia, desde la convicción de que la vida no es
ni mucho menos un texto ya escrito y definitivamente sellado sino un papel en
blanco cuyas líneas cada uno de nosotros tendremos que recorrer. Me gustan
muchas cosas de este libro. Me gusta, por ejemplo, su sentido del ritmo, la
medida y el decoro. La poeta que lo ha escrito sabe cuándo tiene que hablar y
—lo que es más importante— cuándo tiene que callar, sabe que la escritura es
muchas veces una cuestión de deudas y contaminaciones, pero también de
silencios, y sabe también que ese sentido del decoro no le impide tratar en sus
textos determinados temas con ciertos registros (así, la identidad individual y
el vacío ontológico, las relaciones personales y el desarraigo social); sabe
asimismo (y esto es algo que no se aprende ni en los libros ni en las aulas
sino en la calle) que la escritura supone al final una especie de retirada de
la vida que dibuja entre sus márgenes una cierta imagen de la derrota y el
desconsuelo, de ahí su radical entrega al paisaje recreado en el poema. Vive en
la aparente paradoja de saberse condenada a permanecer allí donde la vida se ha
retirado y ha hecho acto de presencia la promesa de la escritura, esa forma de
ficción, esa apariencia de realidad que no viene a nombrar sino la ausencia de
la vida, y todo ello lo digiere como una experiencia normal y cotidiana,
promesa de la escritura que se materializa en las páginas en blanco de ese
cuaderno que habrán de ser recorridas por la tinta del bolígrafo y así otorgar
sentido al caos de la vida. Me gustan, como decía, muchas cosas de
este libro. Me gusta también, por ejemplo, que su autora haya dedicado uno de
los tankas a César Simón, un poeta extraordinario y secreto. Leeré otro del
libro: “Has aprendido / a envidiar a las gaviotas / siempre emparejadas: // las
metáforas no te / acarician en la oscuridad” (p. 97).
Escritura, lo he adelantado hace un
momento, desubicada, descentrada, itinerante en muchos sentidos, nómada,
dispuesta a cruzar todo tipo de fronteras y, en ese sentido, muy adecuada para
mostrarnos la posibilidad que se esconde tras la pérdida y el abandono de lo
propio, pérdida y abandono, en cualquier caso, que suponen una conquista y un crecimiento
pues, con la traducción, es más lo que se gana que lo que se ha dejado por el
camino. Así, un poema traducido conserva el poema de partida y añade la
contingencia de la otredad. Es ya otro, y ello a partir quizás de una
convicción muy arraigada en esta poeta: la identidad es una categoría
tremendamente inestable, posible solo a partir de la conciencia que emerge
desde la alteridad. Novunque instala
su lugar en un sitio ciertamente inestable, el lenguaje, sometido a las
inclemencias y los vaivenes de la realidad. Ese lugar desubicado, incómodo y
fronterizo indica una opción y una actitud reveladoras de la concepción
translingüística y transmediática que ha hecho suya la autora de este libro al
situarse no en una estación término sino en un cruce, un lugar de paso, un
pasaje (por decirlo con expresión benjaminiana). He dicho “incómodo y
fronterizo” y, en efecto, creo que ese es el lugar al que Begonya Pozo convoca
a sus lectores, enfrentándoles a la incertidumbre de lo desconocido,
proponiéndoles propuestas de desestabilización, descolocándoles.
Hay, pues, detrás de esta escritura,
animándola, inspirándola, un mismo aliento poético y político que encuentra en
el tanka un hogar común, compartido, pensado para con-vertirse y trans-formarse
en lugar de acogida para otras identidades. Archipiélago de voces unidas por
aquello que las separa, la lengua (la auténtica patria del escritor, como decía
Octavio Paz), archipiélago en el que la identidad de la poeta se pierde para
dejar que la palabra poética surja con toda su potencia. Poesía para iniciados,
sin concesiones, poesía de alto voltaje.
Alfredo Saldaña (Zaragoza, 13 de febrero de 2016)